La evaluación y la acreditación siguen siendo objeto de preocupación primordial de familias y de alumnado de cierta edad, lo cual me parece lógico, por las consecuencias que tiene acreditarse o no, promocionar o no, para el currículo (recorrido) de cada alumno o alumna. Pocas veces reparamos en la disociación entre aprendizaje y acreditación y en el papel clave que juega la escuela -y la universidad- como institución social en la creación de esa ficción. La educación sigue identificada con la instrucción, que no es necesariamente aprendizaje, construida por pisos (los cursos), que se vinculan a edades, por conocimientos fragmentados, las materias, que se sostienen sobre currículos progresivos pero lineales, todo supuestamente siguiendo un orden lógico y racional, alejado del desorden de la vida, y, al parecer, perfectamente medible hasta el punto que incluso alguna “investigación” haya concluido que, si no se volviera a clase hasta junio, se va a perder un 11% del currículo y ello puede repercutir en un 1% menos en los salarios del alumnado perjudicado. Sigue leyendo