La escuela no tiene alternativa… y lo sabe

La institución escolar está tan naturalizada en nuestro orden social que apenas alcanzamos a imaginar un mundo en que no existiera. Asumimos sin cuestionamiento alguno que se nos institucionalice obligatoriamente durante un mínimo de 10 años, que muchas veces pasan a ser 15, no siendo tan extraño que llegue a los 20-22 años si consideramos la Universidad u otros estudios postobligarorios. Durante ese período el conocimiento está perfectamente estructurado en paquetes curriculares, organizados por cursos, asignaturas, luego ramas y especialidades y, para administrarlos, se pone al servicio de la institución un ejército de trabajadores y trabajadoras -ente los que me encuentro- que determinamos qué, cómo y cuándo debemos enseñar y, lo que es más importante, que hace una distribución meritocrática del alumnado, según resultados. Sigue leyendo

Coronavirus y currículum

La evaluación y la acreditación siguen siendo objeto de preocupación primordial de familias y de alumnado de cierta edad, lo cual me parece lógico, por las consecuencias que tiene acreditarse o no, promocionar o no, para el currículo (recorrido) de cada alumno o alumna. Pocas veces reparamos en la disociación entre aprendizaje y acreditación y en el papel clave que juega la escuela -y la universidad- como institución social en la creación de esa ficción. La educación sigue identificada con la instrucción, que no es necesariamente aprendizaje, construida por pisos (los cursos), que se vinculan a edades, por conocimientos fragmentados, las materias, que se sostienen sobre currículos progresivos pero lineales, todo supuestamente siguiendo un orden lógico y racional, alejado del desorden de la vida, y, al parecer, perfectamente medible hasta el punto que incluso alguna “investigación” haya concluido que, si no se volviera a clase hasta junio, se va a perder un 11% del currículo y ello puede repercutir en un 1% menos en los salarios del alumnado perjudicado. Sigue leyendo