
Proliferan por doquier encuentros, debates, conferencias, jornadas sobre educación. Las dificultades de desplazamiento y reunión obligan a utilizar las posibilidades telemáticas de las que disponemos hoy día, lo cual facilita la participación, espectadora la mayor parte de las veces, en dichos webinar, pues todo está al alcance del clic en un enlace. Sea que dichas actividades las organicen organismos oficiales, lobbys educativos u otro tipo de organizaciones educativas, hay un corpus doctrinal coincidente: obsolescencia educativa, necesidad de aggiornamento escolar para responder a la sociedad cambiante, de un nuevo paradigma educativo, del enfoque por competencias, etc.
Particularmente quiero detenerme en la concepción de tiempo que hay detrás de muchas de estas reflexiones y propuestas. Se parte de que vivimos en una sociedad en cambio permanente, de manera que el cambio acelerado no es un accidente, sino la sustancia de nuestro tiempo. Desde el pensamiento actualmente dominante en educación se pide formar al alumnado para enfrentarse a escenarios futuros impredecibles. Para hacer frente a una realidad de estas características, aprender a aprender se convierte en la reina de las competencias, porque hay que estar en formación permanente ante el incesante cambio.
Todo parece muy razonable y realista mientras no se repare por qué la vertiginosidad es una realidad factual incontrovertible. Creo que es bueno reequilibrar estos discursos no dando por sentado que no hay escapatoria a ese túnel de aceleración centrífuga en que se ha convertido la sociedad, de la que sales expulsado si pierdes la cresta de la ola, si no te actualizas, si no te formas, si no eres emprendedor, si no te vendes, si no participas velozmente en esta huida hacia adelante. Impugno este discurso seguidista y castrador de sueños que impide imaginar un futuro no marcado, porque para soñar hay que escucharse y no vivir a la que salta, en adaptación permanente al cambio por el cambio. De hecho, muchos tenemos una mala relación con el tiempo, porque lo vivimos como un bien escaso, algo que siempre nos falta, señal inequívoca de que hay alguna compulsión en nuestras vidas o de que somos víctimas de compulsiones sociales que se imponen a nuestra voluntad.
Pero el cambio, consustancial a la vida, es solo la cara visible de la realidad. Educar en el frenesí, solo para el cambio arreferencial es un error. Enfrentarse a ello sin anclajes es educar en la angustia, en la vigilia enfermiza, en la dispersión. La permanencia del ser es la otra cara de la realidad, ésta oculta, de la que no podemos prescindir. Es necesario educar en esta dialéctica, que tuvo su primera formulación filosófica conocida en Heráclito y Parménides, sin perder ninguno de los dos polos. Educar para la adaptación al cambio es el sueño del economicismo. Educar, además, para el ser es el reto del humanismo.
A veces se ponen de moda acrónimos ya sea para caracterizar la realidad emergente (el acrónimo en ingles VUCA= Volatility, Uncertatinty, Complexity, y Ambiguity, procedente del mundo empresarial) como para recordar fórmulas con las que enfrentar las nuevas realidades, como las cuatro “C”: creatividad, colaboración, comunicación y capacidad crítica. Nada que objetar, pero creo que hay que completarlas con otras “C”. Hay que educar también en la confianza, en la calma, en la concentración, en la contemplación, en el cuidado, en la cercanía.
No es una propuesta para salirse del marco de las competencias. Tampoco es nada nuevo. Ya en 1972 el Informe Faure auspiciado por la UNESCO y titulado precisamente “Aprender a ser” advertía del peligro de la deshumanización por el desarrollo acelerado de la tecnología. «Aprender a ser» pasó a ser uno de los cuatro pilares del informe Delors, también de la UNESCO, “La educación encierra un tesoro” (1996). Pero es el pilar menos desarrollado y concretado tanto en el marco competencial de la Unión Europea, como en el de Heziberri, que lo reduce a la capacidad de ser uno mismo.
En definitiva, hay que preparar para navegar por los cambios, sí. Pero solo habiendo aprendido a vivir conectados con las fuentes que habitan en el fondo de nuestro ser, no naufragaremos en el ritmo trepidante de los tiempos que nos toca vivir.