Hace poco dije que el traje de la concertada tiraba de las sisas. Escuchando el último debate parlamentario (22/02/2019) a propósito de una moción de EH Bildu, me atrevería a decir ahora que es a toda la educación vasca a la que hay que hacerle un traje nuevo. Estamos atascados y, lo peor, asistimos a un diálogo de sordos con discursos paralelos.
No comparto visiones catastrofistas sobre la educación vasca. Tampoco creo que estemos para sacar mucho pecho. Hay indicadores para todos los gustos a la hora de argumentar. Pero no quiero situar ahí el debate, ni en la capacidad del Departamento, que se ha dejado asesorar últimamente en algunas cuestiones por la Fundación Bofill, para poner en marcha iniciativas. La cuestión en este momento no es de iniciativas parciales para mejorar este aspecto u otro. Todo eso está bien, pero hablamos de hacer otro traje. Nos hicimos uno en 1992-1993. Es hora de renovarlo.
Justifico lo anterior en que creo que hay síntomas que nos obligan a pensar en la necesidad de alumbrar un nuevo escenario. Cito algunos: la huelga de la pública que se saldó con concesiones económicas, pero sin un nuevo proyecto para la misma; la huelga de la concertada, que se solucionará alguna vez, es reflejo de graves problemas estructurales; el replanteamiento de una política lingüística educativa que está agotada; la feroz competencia a que nos aboca la bajada de la natalidad en los próximos años; el reto que supone la creciente inmigración; la dualidad del sistema y sus corolarios; la segregación escolar; la necesidad de renovar el acceso del profesorado a su función, etc.
El debate está terriblemente enmarañado y se dirime en estas dos polaridades entrecruzadas: sistema plural o sistema monopólico estatal (dicho de otra manera, libertad de enseñanza versus cohesión social) y marco institucional en que queremos desarrollar la nueva propuesta (marco autonomista, o si se quiere, federal versus marco para Euskal Herria, independiente de España y Francia).
El Departamento cree que la educación vasca va razonablemente bien, aceptando que siempre hay espacios para la mejora. Pero su preocupación no está en hacer un traje nuevo pactado (casi ningún político en el poder se atrevería a meterse en semejante jardín (¡lo hizo Gabilondo!), pues hay mucho riesgo en salir trasquilado), sino en la “modernización” del sistema. Es cuestión de estar a la moda, a la altura de los tiempos, sin cuestionar demasiado lo que nos piden estos tiempos. La Ley pretendería servir a ese fin y hacer de superestructura vasca de lo que hay. Los sectores que hoy día ejercen de portavoces de la escuela pública reclaman que esta sea eje vertebrador y que se cuente con la comunidad escolar. La enseñanza concertada llamada de iniciativa social reclama libertad de opción para las familias y más financiación acorde con el servicio público que desempeñan. Las ikastolas reclaman su reconocimiento como educación pública dentro de un nuevo marco jurídico independiente de Francia y España, aunque no ven con malos ojos un incremento de la financiación.
Los discursos que escucho están tan ideologizados, tan hechos para la “parroquia” de cada cual que me cuesta ser optimista respecto a que haya capacidades diseñar un traje nuevo. Aviso, no obstante, que la radicalización de los discursos o simplemente, la repetición machacona de los mismos, solo beneficia a las posturas más conservadoras, las que solo quieren introducir supuestas mejoras en lo que hay, pero sin modificaciones sustanciales. En este escenario de soka-tira lo más fácil es posponer las crisis, parcheando hasta la siguiente manifestación de los síntomas. ¿Compartimos que necesitamos un traje nuevo? ¿Podríamos alumbrar algo novedoso, “genuinamente nuestro”, que fuera “transpolítico”?
Los acuerdos son muy difíciles: intereses políticos con pretensión de hegemonía, intereses económicos subyacentes, ideologizaciones sectarias, vidas enteras dedicadas a proyectos educativos que han captado las mejores energías de cada cual… Oigo hablar con frecuencia de la anomalía de la educación vasca, cuando se habla de los porcentajes de reparto entre escuela pública y concertada. Pero la situación no nos viene dada por un hado caprichoso. El reparto actual es fruto de nuestra historia que debemos asumir en su integridad como punto de partida insoslayable para dar un nuevo salto cualitativo en la educación vasca.
Los acuerdos son necesarios y, por tanto, deben ser posibles, lo que obliga a reconocerse mutuamente y a conceder, alejándonos de maximalismos. Por edad y por realismo, renuncio a convertirme en rehén de mis utopías, aunque me sigan inspirando. Creo que es necesario explorar cuál es nuestra “zona de desarrollo próximo” en el presente y acertar con la dirección de ese desarrollo. Y veo posible la alianza de diferentes sectores de la educación vasca para acuerdos que permitan elevar el listón del funcionamiento público y construir en torno a este planteamiento una hegemonía social, que eso sí que nos haría una sociedad diferente.
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