“La dictadura del coaching”: desenmascarando el neoliberalismo humanista

La colección Akal Educación, dirigida por Enrique Galindo y Olga García (autores de “Escuela o Barbarie”, libro ya comentado aquí) ha publicado hace muy pocos meses el ensayo de Vanessa Pérez Gordillo “La dictadura del coaching. Manifiesto por una educación del yo al nosotros”, un demoledor alegato contra la mistificación de las mejores propuestas humanistas por parte de la cultura capitalista para hacerlas funcionales al mercantilismo y configurar una cultura individualista rampante, en la que millones de personas caen -caemos, la propia autora confiesa la deriva de una etapa de su vida- en la enajenación que supone la búsqueda egocéntrica e imposible de una felicidad que se abstraiga de la suerte de los demás.

En el libro de Vanessa, el coaching, pese a su omnipresencia, es un concepto de contornos difusos. Por un lado, por sus múltiples enfoques y por una cierta mezcolanza conceptual que emplean las diversas escuelas y sus gurús en la delimitación del mismo. Por otro lado, porque bajo el paraguas del coaching la autora incluye todo un mosaico más amplio de prácticas que se emplean para el bienestar anestesiante como muchas de las terapias en boga, los libros de autoayuda, las espiritualidades ahistóricas que no trascienden la interioridad propia, el mindfulness, el esoterismo, las manifestaciones de la New Age, etc. En este este conglomerado disfrazado de buenismo y de ayuda espiritual que todo lo penetra es difícil discriminar el trigo de la paja.

“La dictadura del coaching” es un libro vivencial, escrito con furia, “desde las tripas”, como una sana revancha o como una deuda pendiente contra otras experiencias vividas antes del atrevimiento de la autora por descolgarse de forma valiente de un mundo que seduce y puede crear dependencia, pues te introyecta la duda y la culpa de que si no te va bien es porque no has hecho lo suficiente. Pero no es un libro amargo, sino apasionado, con alusiones autobiográficas frecuentes, con una riqueza expresiva muy destacable, llena de imágenes, metáforas, hipérboles, ironías, alusiones mitológicas, conceptualizaciones filosóficas, lo que puede hacer que el lector o lectora se sienta abrumada. La propia autora advierte al principio del libro que quien se pierda en esa selva no desista porque encontrará de nuevo con facilidad el hilo argumental, algo de lo que doy fe, por lo que no quisiera que esta apreciación desanime a nadie antes de emprender la lectura.

Pero si el libro abruma a ratos no es solo por el estilo. También lo es porque en ocasiones pareciera dibujar con tinte apocalíptico una humanidad zombi -¿acaso no es realista la descripción?- con aparente poco margen para la esperanza. Uno puede sentirse o no a disgusto con un ensayo que no da tregua, puede parecerle más o menos extremoso, pero difícilmente se puede objetar la tesis principal.

Más discutible me parece, en cambio, abogar por los ideales de la Ilustración, de las luces de la razón y del conocimiento (racional y empírico, cabe suponer). Y ello hasta el punto de glosar a Sócrates y a Jesús de Nazaret como figuras antisistema que murieron por la luz cegadora de su “razón”. Sin duda, la Ilustración fue una contribución decisiva a la emancipación de la humanidad, pero los ideales de la razón moderna hace tiempo que hicieron aguas y es aquella humanidad autorreferenciada que confiaba en sí misma, sin necesitar de nada más, la antesala de este “sálvese quien pueda” que es la actual posmodernidad y sus paños calientes en forma de autoayuda, de coaching y de espiritualidad solipsista.

Me parecen, por el contrario, mucho más sugerentes las puertas a la esperanza que nos abre a partir de sus experiencias latinoamericanas, en el milagro de resistencia y convivialidad que ofrecen los pobres (por ejemplo, en las colinas polvorientas de las afueras de Lima) o en el «mandar obedeciendo» zapatista con sus siete principios, donde, lo quiera o no, la autora se adentra por los caminos de la espiritualidad, no de la que enajena, sino la que contrapone el bien común al individualismo. Se me antojan estas pistas de solución, situadas fuera del ámbito europeo, más certeras que la razón ilustrada.

Por lo que respeta al ámbito educativo, Vanessa no es una profesional de la enseñanza formal, y eso se le nota, pese al encomiable esfuerzo que hace por extrapolar las consecuencias de esta “pandemia” cultural al campo de la enseñanza. La autora es filósofa y, aunque ya en el subtítulo promete hablar de educación, la obra es, sobre todo, un penetrante análisis de la cultura depredadora y consumista de los tiempos contemporáneos y de las prestidigitaciones que emplea el capital para perpetuar su sistema de dominación sutil, porque ya no esclaviza por la fuerza, sino por la colonización de las mentes, que se someten acríticamente y nos convierten en “esclavos felices”. En esto estriba el principal valor del libro, que, de todos modos, es grande.

Ahora bien, en esa colonización la educación es un terreno de batalla fundamental, de ahí el interés de bancos y empresas por este campo. La autora denuncia cómo la mentalidad individualista se ha colado en la institución escolar por medio de las nuevas metodologías que desactivan las mentes del alumnado y los preparan para su adaptación acrítica al sistema. El coaching ha entrado en el sistema educativo, pero, según la autora, hace tiempo que todo conspira para crear ese sujeto individual dispuesto a inmolarse en el mercado convirtiéndose en la mercancía de sí mismo: las competencias, la inteligencia emocional, las inteligencias múltiples, la educación personalizada, el tautológico aprender a aprender, el trabajo de la empatía, el mindfulness, el esfuerzo y la superación, las habilidades para el trabajo en equipo… Según la autora, los centros de enseñanza se han convertido en centros de entrenamiento para la adaptación al sistema.

Pero una vez más, ante este tipo de discursos, me encuentro con la dificultad de que un análisis hipercrítico corre el riesgo de llevarse por el desagüe de la bañera la abundante agua sucia del sistema, pero también el niño. Esta podría ser mi objeción, porque de lo que no tengo duda es que la educación necesita cambiar. La autora en este punto no va mucho más allá de la denuncia del grave confusionismo existente, pues la pregunta que se hace ­-quiero creer que retórica- “¿por qué iban a sobrar, el pupitre, el libro de texto, la lección, la asignatura?” no debe implicar un modelo a restaurar. Para la transformación de la educación no partimos de cero. Hay muy variadas fuentes inspiradoras que fueron capaces de soñar una humanidad diferente por medio de la educación y que la propia autora menciona: Comenio, Rousseau, Pestalozzi, Giner de los Ríos, Ferrer i Guardia, Dewey, Rosa Sensat, Steiner, Neill, Makárenko, Freinet, Vygotsky, Piaget, Milani, Iván Illich, Paulo Freire… Son propuestas plurales, es verdad, pero todas adelantaron de algún modo el futuro a sus coetáneos.

¿Qué hacer, sin embargo, con la adulteración de muchas de estas corrientes verdaderamente humanistas? ¿Cómo impedir la apropiación de las propuestas humanistas por parte del mercado, que las necesita para su perpetuación? ¿Cómo discriminar y ayudar a discriminar lo que construye el nosotros de lo que construye el yo? ¿Cómo evitar ser instrumentalizados? Estas son las inquietudes que comparto con la autora.  Desde luego, añado yo, la educación pública, por mucho que se generalizase y se hiciera monopólica tal como está configurada, no nos va a librar de ese peligro, pues se nutre de un ejército de funcionarios de todos los colores, entre los que están también los encantados con el coaching y el uso acrítico de las nuevas metodologías, confundiendo medios y fines. Como enseñan Apple y Beane en “Escuelas democráticas”, la batalla por la verdadera democracia que nos propone la autora al final de libro hay que librarla en cada escuela.

En suma, guste o no en todos sus extremos, es muy de agradecer este ensayo rico y trabajado de Vanessa Pérez Gordillo por lo que supone de necesario aldabonazo para el despertar de nuestras conciencias.

 

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