¿Qué haría el mundo de hoy si la Escuela no existiera? Durante muchos siglos la humanidad ha vivido sin la institución escolar, al menos tal como la conocemos, (ni siquiera en la Antigüedad Clásica alcanzó la universalidad, ni el orden burocrático y de control de acreditaciones de un sistema educativo). Y los cimientos sociales no se tambalearon. Pero desde la Revolución Industrial, con la aceleración de la división y especialización del trabajo ha corrido pareja la autonomía de la Escuela, como realidad separada, y a la vez su universalización hasta hacerse imprescindible para que el resto de engranajes de nuestras sociedades capitalistas no se resientan. Han bastado poco más de tres meses de cierre de la institución para darnos cuenta del carácter irrenunciable que la Escuela tiene para el sistema productivo.
Este carácter de puntal del actual sistema socioeconómico está perfectamente sintetizado en el titular que Deia (26/08/2020) puso a la entrevista a Nélida Zaitegi, Presidenta del Consejo Escolar de Euskadi: “Si se cae la escuela se cae lo que la rodea: trabajo, conciliación y economía”. Así de real es el carácter funcional que tiene la Escuela para este modo de vida occidental –ya no solo occidental– que hemos construido en los dos últimos siglos largos, con un enorme desequilibrio entre productividad y cuidados.
Una de las aportaciones más cruciales que ha hecho el movimiento feminista ha sido la de evidenciarnos que la punta del iceberg de la economía capitalista se ha venido sosteniendo en un impresionante trabajo de cuidados, ni reconocido, ni remunerado que en su mayoría ha venido sosteniendo la mujer para el bienestar social general (no tanto el suyo) y para el mantenimiento de la misma productividad económica.
La creciente liberación de energías para el trabajo productivo, la masiva incorporación al mismo de la mujer ha estrechado los márgenes para la “(im)productividad” de la otra “economía”, la de los cuidados. En una situación en que la mujer hace mucho ha salido de casa –a costa en muchas ocasiones de doblar jornada– y el hombre no ha vuelto, el vacío en los cuidados de nuestra existencia vulnerable y de las etapas de la vida necesitadas de mayor atención (infancia, vejez), ha quedado cada vez más encomendado a instituciones especializadas (hospitales, residencias, escuelas, etc.).
En el campo educativo, se ha ido ensanchando el período de escolarización por abajo y por arriba y han crecido las ofertas de actividades que prolongan la custodia de la infancia y la adolescencia. Sin discutir ahora el valor educativo y el carácter compensador de desigualdades que tiene la escolarización temprana, y de ahí la reivindicación de gratuidad y universalidad de la etapa 0-2 años, no cabe duda de que también obedece a la necesidad de encomendar los cuidados a instituciones ajenas para poder salir a producir. La escuela debe funcionar a pleno pulmón para que el sistema no se resienta.
Por eso andan las familias en las actuales apreturas, echando mano de lo que pueden para suplir los efectos de un servicio de comedor que no termina de llegar a todos, de unas jornadas compactas que no cubren las tardes, de una suspensión de las extraescolares y de los programas de madrugadores, de unos horarios escalonados y de una posible cuarentena por grupos que puede suceder en cualquier momento, como si fuéramos caminando por un campo de minas.
El propósito de estas líneas, en fin, no es añorar una imposible marcha atrás de la historia reciente. Tampoco reclamar menos escuela, pues acabamos de comprobar su valor como escudo social para los más desfavorecidos, lo que no se opone a una función reproductora de desigualdades, según los casos. Ni dar por buena la actual precariedad escolar mientras llegan tiempos mejores, pues está claro que las actuales restricciones de los servicios escolares y la situación tambaleante de las escuelas no aprietan por igual a todas las familias. Solo pretendo llamar la atención sobre una cuestión más profunda como es, en la actual crisis civilizatoria, el tema de los cuidados como una de las grandes cuestiones pendientes y sobre la necesidad de que sean una tarea conjunta de toda sociedad para no instrumentalizar la Escuela como “aparcadero”, entre sus otras muchas “nobles funciones”.
En pocas lineas, G. Larruzea ha plasmado un resumen muy real de la estructura de la escuela actual. Reestructurar no es tarea fácil, pero, por ejemplo, dotar a la escuela de profesionales que superen un PIR(Profesor Interno Residente) pagado en condiciones sería factible. Sin duda repercutiría muy positivamente en la calidad del sistema
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