Un compañero de trabajo suele decir con ironía que hay que precaverse de los “tontos motivados”, en referencia a algunas direcciones de centro que, cuando acceden al cargo, están llenas de ideas y proyectos y “arrasan” con todo, tratando de implantar con vigor y poco tacto los cambios en los que creen. Para que nadie vea una burla malintencionada, confieso que yo mismo he podido caer en ese defecto alguna vez. En cualquier caso, no deja de ser una manera de ejercer el liderazgo: con entusiasmo por las reformas y las mejoras. Hay otra forma de hacerlo que es manejando tanto los equilibrios de intereses, que la conclusión inevitable es dejar las cosas como están. Entre ambos polos debe haber alguna manera de ejercer el liderazgo con tiento y éxito.
Aunque el ejemplo se refiere al ámbito de los centros, puede ser aplicable para cualquier otro campo que haya que gestionar. Particularmente, me quiero centrar en la política educativa de nuestro país. Creo haber dicho ya alguna vez que, discutida o aplaudida, la última gran decisión en materia educativa se remonta al año 1993, con la Ley de la Escuela Pública Vasca, precedida del Pacto Escolar de 1992. Mucho ha llovido desde entonces, pero, aunque cada Consejera o Consejero haya tratado de dejar su impronta, llevamos más de 25 años detenidos en el mismo paisaje. Y lo que no mejora, empeora con el paso del tiempo.
A riesgo cierto de simplificar, grosso modo, podemos caracterizar así el paso de cada titular de Educación: Oliveri gestionó la Reforma de la LOGSE y el desarrollo del Pacto Escolar. Con Iztueta llegó el Consorcio Haurreskolak (y La Ley Vasca de Universidades). Tontxu Campos fue el que más arriesgó, buscando una superación de los modelos lingüísticos para la que no encontró consenso, aunque logró publicar el Currículo Vasco. Celáa nos prometió un Plan Estratégico para la Escuela Pública, pero puso en el escaparate el Trilingüísmo, la Escuela 2.0 y el Plan de Paz. Y finalmente, Cristina Uriarte: casi ocho años para una Ley de Educación que muy probablemente ella no va a ver como Consejera y que, además, está planteada como el gran avance que, paradójicamente, no nos mueva en lo fundamental del sitio en el que estamos.
Las políticas educativas las hacen los políticos y por ahí empiezan nuestros males. En primer lugar, porque la educación, que es verdad que no puede ser un sector aislado, sin embargo es engullido con demasiada facilidad dentro del conjunto de equilibrios e intereses de la política en su conjunto, convirtiéndose en una pieza de poco significado dentro del tablero general. A eso hay que añadir que no se pueden hacer políticas educativas con la mirada puesta en las siguientes elecciones. Hay que sacar la educación de los avatares cortoplacistas de la política.
Lo contrario lleva a realizar políticas timoratas de mantenimiento de lo que hay, con adornos. A dar una pincelada propia del paso por la Consejería, “vendiendo alguna moto” por la que a uno le recuerden. Y así nos eternizamos, incapaces de alumbrar nuevos escenarios, parcheando lo mejor que podemos para que no se vaya de las manos el frágil equilibrio de lo que hay, sin proyecto, ni ambición, enmascarando las crisis hasta su siguiente manifestación.
Lo curioso de este fenómeno es que, si hablas con significados representantes de los diferentes sectores de nuestro particular mundo educativo (ya sean agentes de la Pública, de Kristau Eskola, de las Ikastolas o de otros sectores más minoritarios) todos coinciden, naturalmente que por distintos motivos, en que esta inacción política nos va corroyendo. Todos dan por concluido desde hace tiempo el presente ciclo que no termina de superarse, pero se vive con impotencia y desesperación la actual incapacidad de liderazgo.
En fin, reconozco que no es fácil, que, incluso midiendo muy bien los pasos y las resistencias al cambio, nadie quiere salir trasquilado, ni pasar por “tonto motivado”, porque, a ver, no es que nuestros políticos y políticas no quieran complicarse la vida. Es que están puestos por una sociedad que vota conservadoramente, porque no quiere grandes cambios y quienes los pueden querer son los que menos votan. Según parece, se van a reforzar en las próximas elecciones las mayorías conservadoras, se llamen como se llamen los partidos que las sustentan. Desgraciadamente la amenaza de seguir agonizando con Consejerías insípidas es demasiado real.