En mis dos fugaces experiencias políticas (la segunda más que la primera), siempre me llamó la atención la necesidad que tenían los partidos en los que estuve -creo que es generalizable a los demás- de “fijar postura” sin ninguna demora sobre cualquier cuestión que saltase a la actualidad, pero sobre todo la necesidad de cohesionar a todos sus militantes y cuadros por medio de una herramienta que se llamaba el “argumentario”. Era una fábrica diaria de discurso por la que algunas cabezas pensantes se dedicaban a proporcionar munición dialéctica, indicando qué es lo que había que pensar y sobre todo qué había que decir en nuestros entornos o por si algún cuadro del partido tenía que lidiar en algún foro o ante una “alcachofa”.
Las ideologías son sistemas de pensamiento que tienen la ventaja de ofrecerte una cosmovisión acabada y coherente en sí misma. La adhesión a un conjunto de “certezas” aporta seguridad e identidad de grupo. Ayuda a delimitar campos de amigos y de enemigos, a veces también a ver el mundo en blanco y negro, o con pocos tonos. Todos necesitamos de referentes ideológicos que nos ayuden a interpretar el mundo. Pero también pueden ser muy despersonalizadores, cuando nos convertimos en meros loros, cuando no en hinchas o hooligans de lo nuestro. Hay que ver cómo nos aplaudimos en redes los de una misma ideología y cómo denostamos a los demás, en un ejercicio asombroso de acriticismo realizado de cara a nuestra «parroquia». Fuera de todo grupo hace frío y hace falta mucha libertad y mucha autonomía afectiva para ser eso que se llama “un verso suelto”.
La educación vasca, el campo de la realidad sobre el que suelo escribir en este blog, también está atravesada y condicionada por las diferentes ideologías. Pongamos algunos ejemplos. El proyecto educativo cristiano lucha a duras penas, aunque tiene sus armas, por mantener su cuota de influjo frente a un cada vez más pujante laicismo social, que ha dado un vuelco radical a nuestra sociedad en 50 años. La visión neoliberal de la educación como libertad se va adueñando de forma sutil y eficaz de la misma, frente a una visión más ruidosa y combativa de la educación entendida como vocación social y pública. El nacionalismo español que colonizó la institución escolar ha dado paso a otra colonización nacionalista vasca, que ha reequilibrado excesos anteriores, pero para disgusto de otros que consideran que se ha dado paso a otro tipo de excesos. Quienes desean la independencia proponen un tipo de organización escolar en un nuevo estado, con un nuevo concepto de lo público, frente a quienes esa necesidad de desanexión no la viven como prioritaria o frente a quienes simplemente les parece que ese nuevo concepto es un subterfugio para inicativas privadas con sesgo segregador. La pública, lo público, la concertada, las ikastolas, lo comunitario, la libertad, la igualdad, la segregación… conceptos que se mueven con circularidad una y otra vez en nuestros discursos impermeables.
Naturalmente, no pretendo situarme por encima del bien y del mal, pues me siento más cerca de unas formas de pensar que de otras, ni pretendo decir que todas las ideologías son igual de válidas para el logro de una educación diferente y de un país libre, igual y en paz. Pero ¿cómo salir de esta Torre de Babel?
Básicamente, hay dos maneras de enfrentar la realidad. No son excluyentes, sino que pueden formar parte de momentos diferentes e incluso simultáneos. Una es permanecer en estado de combate para que nuestras posiciones no decaigan, tratando de debilitar al enemigo. Otra, poco contemplada, puede ser aceptar que la realidad no es, tampoco la educativa, según nuestros deseos, ni lo va a ser nunca, con lo que nos toca bajarnos de nuestra nube ideologizada para ver cómo podemos avanzar con gente de otra manera de pensar, pero que puede ser aliada en algunos aspectos fundamentales, aunque en otros haya que ceder o buscar fórmulas de compromiso.
Se dice que este curso debe ser el de la Ley de Educación Vasca. Todos sabemos que no va a ser así por falta de tiempo y porque va a depender demasiado de los vaivenes políticos en los que estamos inmersos. Pero la Ley no es lo importante sino el Acuerdo que debería precederla. Difícilmente vendrá de los partidos políticos, aunque los necesitemos. Pero, pese a crisis y estancamientos, percibo un momento maduro para que diferentes agentes de la educación alumbremos un nuevo consenso que nos ayude a avanzar en la educación vasca entendida como bien común. Es mi apuesta personal.