La razón instrumental se ha impuesto en el mundo educativo. Síganme hasta el final en esta enumeración: Proyecto
Educativo de Centro, Proyecto Curricular del Centro, Reglamento de Organización y Funcionamiento, Plan Anual de Centro, Memoria, Proyecto Lingüístico de Centro, Plan Lector, Plan de Normalización lingüística, Plan de Convivencia, Proyecto de Coeducación y Prevención contra la Violencia de Género, Plan de Atención a la Diversidad, Proyecto Intercultural, Plan de Acogida, Plan de Refuerzo Educativo, Planes Individuales de Refuerzo Educativo, Plan de Acción Tutorial, Plan de Orientación, Plan de Formación, Plan de de actividades complementarias y extraescolares, Proyecto de Gestión del centro, Plan de Emergencia, Plan de Seguridad. Además, las direcciones de los centros públicos que se han presentado a la convocatoria deben de tener un Proyecto de Dirección.
Todos estos instrumentos de planificación de la vida de los centros aparecen en la Resolución para la organización del curso 2018-19 en los Institutos públicos. Algo similar ocurre en la Resolución para los centros públicos de Educación Infantil y Primaria. Además, los docentes deben tener sus programaciones didácticas, ahora bien adaptadas al paradigma de las competencias.
Administración y centros discurren por vías paralelas, en un diálogo de sordos. La Administración se preocupa de que los centros tengan planes y proyectos, pues supone que estos están compuestos por profesionales reflexivos (Daniel Schön) que en un bucle de mejora permanente, revisan sus prácticas e introducen mejoras. Quien no evalúa, no mejora. Esto, teóricamente correcto, choca con que la realidad de muchos profesionales de la enseñanza transcurre bajo las urgencias de cada día, sobreviviendo de la mejor manera posible a la desafección indisimulada de su alumnado, especialmente en la ESO. Es un lugar común la queja de que la Administración ahoga al profesorado con las exigencias burocráticas.
Por un lado, la Administración quiere un seguimiento y control de los planes institucionales de los centros. Le interesan los cuestionarios y los datos cuantitativos que les pueda ofrecer su explotación, como dudoso medio de conocer la realidad educativa. Los centros, por su parte, tienen que responder a los reclamos del día a día, sea en forma de celebraciones (Olentzero, Santa Agueda, Carnaval, Día del Euskera, Día Internacional de la Mujer, Día de la Paz, Día de Libro…), sea en forma de mojones académicos ineludibles (exámenes, fechas de evaluación, salidas de actividades complementarias…). No parece haber tiempo para escapar de esa rueda que gira sobre sí misma, para poder otear el horizonte y calibrar el rumbo.
¿Cómo podemos superar ese abismo entre Administración y centros? ¿Cómo tratar de cerrar la brecha entre la tecnocracia educativa y las rutinas adireccionales?
Soy de los que piensa en la educación como tarea moral, lo que significa que debe proyectar sueños e ideales sociales, que luego habrá que concretar en planes y proyectos. También creo que hoy día ya no basta con cerrar la puerta y arreglárselas cada cual con su alumnado, sino que el trabajo en equipo ya forma parte ineludible de la profesión docente. Algo de proyección afectiva compartida y algo de planificación racional acordada deben estar presentes.
Ahora bien, es preciso crear unas condiciones: hay que simplificar tareas y hacer un nuevo diseño de las condiciones en que se desarrolla la profesión docente.
Empecemos con la simplificación. Los centros no pueden atender tan abigarrado entramado de proyectos y planes, so pena de hacerse impermeables a toda solicitud y/o a disimular creando «documentos muertos», a disposición de quien se conforme con cumplimientos formales. La hipertrofia llega, a veces, en forma de demandas sociales sobre las que la Administración quiere que los centros se hagan eco. Si aumenta el malestar social y se refleja en las aulas, protocolos contra el acoso y planes de convivencia; ante la creciente conciencia de la discriminación de la mujer, planes de coeducación; ante la diglosia lingüística, planes de normalización; si los resultados de PISA no son buenos, Plan Lector…
La simplificación debería consistir en la formulación de un sueño educativo (PEC), la explicación de qué y cómo queremos enseñar (PCC) y las normas básicas de funcionamiento y convivencia (ROF). Este sería un marco estable que luego se plasmaría en planes estratégicos que cada tres o cuatro años se evalúan y reforman. Pero incluso para esto, para soñar y plasmar lo soñado en una planificación, hace falta tiempo y condiciones. A mi juicio son necesarios estos dos cambios: rediseñar la dedicación profesional docente y crear las condiciones para el desarrollo del nuevo modelo.
Con respecto a lo primero, hay que alcanzar un pacto que permita algo menos de atención directa al alumnado a cambio de mucho más tiempo de dedicación a la reflexión y al trabajo en equipo. Por tanto, hay que ampliar las horas de permanencia en el centro (no las horas laborales) y quizá también replantear algún aspecto de los calendarios: por ejemplo, no se puede dar carpetazo al curso de una forma tan precipitada, sin un tiempo pausado para compartir lo que ha ocurrido en el mismo y preparar las reformas para el siguiente, aunque todo ello pudiera suponer entrar algunos días en julio, tema tabú.
Pero para la prolongación de la permanencia en el centro hay que crear las condiciones: en diálogo con el profesorado, se deben determinar con claridad las tareas a realizar en ese tiempo, pues de lo contrario puede vivirse como un sinsentido y ser peor el remedio que la enfermedad. Y las condiciones físicas de los centros deben permitir, porque hay espacios y medios adecuados para ello, el desarrollo de tareas individuales y en equipos .
En suma, si queremos que los centros sean comunidades inteligentes que reflexionan sobre sus prácticas, hace falta también una Administración inteligente que dimensione mucho más lo que se les solicita a los y las docentes, que no se conforme con datos cuantitativos y cumplimientos formales y que procure las condiciones profesionales y físicas que la nueva educación exige.
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