En el momento de escribir estas líneas, han transcurrido ya casi dos semanas desde la presentación por parte de la Consejera de Educación del documento «Bases para el Acuerdo», tiempo suficiente para haberlo leído en su integridad y haber escuchado unas primeras impresiones de algunos agentes. Quisiera compartir aquí mi propia impresión sobre el mismo.
Al final del acto de presentación a las personas que habíamos participado en los grupos que abordaron las cinco temáticas propuestas por el Departamento de Educación hubo una invitación para tomarnos una foto conjunta. La invitación fue acompañada de otra para sentirnos libres de aparecer o no. Esta aclaración apuntaba a una discreción y respeto con los que el Departamento ha trabajado con las personas a las que ha invitado a participar en sus grupos, pero también a la aceptación de posibles recelos de querer aparecer públicamente como autores de un texto, que, en su conjunto, no conocíamos en su totalidad.
Hay ya aquí un primer elemento a destacar. No estamos ante un documento consensuado por un conjunto plural de concepciones y procedencias dentro del mundo de la educación vasca. Ni siquiera lo fueron las 20 conclusiones en que se ha resumido el documento, que se conocieron el propio día de la presentación. Razones entendibles de discreción pueden explicarlo, pero ello no evita el hecho de que quienes hemos participado en el proceso lo hemos hecho más como asesoría que como autoría, más como opinadores, que como muñidores del texto.
Aclarado este aspecto, quiero hacer algunas consideraciones tanto en cuanto al método, como respecto al contenido final presentado.
El método siempre es muy importante, porque delimita las condiciones en que se va a operar. En este sentido, el Departamento ha obrado con mucho celo para no perder el control del proceso en ningún momento y, bajo retóricas participativas, ha marcado las pautas y los límites. En parte es normal que sea así, pues cabe atribuir al Departamento el liderazgo del proceso.
Precisamente por lo anterior, antes de presentar un resultado como fruto de un consenso participativo, hay que señalar que tanto la definición del método como de las materias a discutir han venido dadas. El método y la agenda de temas siempre presuponen opciones, que condicionan los límites de los resultados. Ya en alguna ocasión anterior señalé que la propia selección de las temáticas presupone enfoques, pues se ha optado claramente por evitar algunas de las más conflictivas (segregación, vertebración del sistema, financiación) y por centrarse en otras que tienen que ver más con lo que podría ser una actualización del sistema, por otra parte necesaria.
Pero además de la agenda de temas, la forma de trabajar de cada grupo ha venido determinada también, pues no se ha permitido un punto de partida abierto, sino que se ha trabajado a partir de unos textos básicos ya dados, de autoría desconocida, y por lo que he sabido, de carácter muy genérico e insípido, por cuanto escaseaban los análisis sobre la realidad educativa vasca. Todo ello con la permanente recomendación de no bajar a detallar demasiado, sino a mantenerse dentro de una aportación teórica sobre una conceptualización genérica en cada uno de los temas.
Desconozco los textos de partida de los demás grupos en los que no he participado y por tanto, ignoro hasta dónde se ha podido notar la mano de los participantes en cada uno de ellos, pero lo cierto es que las aportaciones se han producido con el condicionante de un texto dado, con desigual resultado seguramente.
Entrando ya en los contenidos, sea por la aportación de esas personas invitadas o no, se han recogido ideas interesantes como las oficinas de escolarización territorial, medidas de compensación en caso de grandes desequilibrios entre los centros, el desarrollo de un índice de necesidades escolares, la conveniencia de racionalizar las evaluaciones externas, el desarrollo prioritario de acuerdos de corresponsabilidad en centros públicos de entorno desfavorecido o la fijación de unos niveles comunes de logro lingüístico desde la referencia al proyecto lingüístico de cada centro, por citar solo algunas.
Poniendo la mirada en el conjunto del documento, siempre se puede uno poner puntilloso con esta o aquella frase, pero la impresión global es la de que estamos ante unas reflexiones sensatas, pero muy genéricas, con las que es difícil estar en desacuerdo. Ahí residen su principal fortaleza, pero también sus principales debilidades.
Precisamente su «alocalización» es una de ellas. En los diferentes apartados, en algunos más que en otros, pueden encontrarse algunas referencias a la realidad educativa vasca, pero operan a modo de pinceladas sueltas. Se echa en falta un análisis sistemático de nuestra realidad educativa, con sus luces y sombras. Sin diagnóstico riguroso, y compartido, la aplicación de medidas corre el riesgo de ser demasiado volátil.
Por tanto, el problema no reside tanto en las objeciones a lo que se plantea, que en los tiempos que corren de filantropía y buenismo neoliberal son reflexiones que pueden ser abrazadas por izquierdas y derechas, sino en las concreciones, en las propuestas de realización. En este sentido el documento no apunta directrices, prioridades, planes. Se ha cuidado tanto de no romper platos que la aportación realizada queda en un plano de retórica al uso en la literatura educativa actual, impoluta, pero dejando intactas algunas cuestiones claves y la sensación desconfiada de que la ambigüedad es un buen terreno para que desde un mismo texto se pueda aplicar una política y su contraria en el futuro.
Llegados a este punto, asoma una nueva cuestión: ¿Estamos ante un documento para pactar o para marcar unas pautas de modernización del sistema? Pactar presupone agentes diferentes y diferencias entre los agentes. Requiere conocer lo que desea cada agente, detectar los acuerdos y acotar las diferencias, entrando en procesos de aproximación y de soluciones donde se puedan encontrar soluciones compartidas y con algún grado de satisfacción, siempre en la dirección del bien común. Este documento parece, más bien, que se preocupa del aggiornamento de la educación vasca, sin tocar el statu quo, léase, sin afrontar la actual dualidad educativa, el papel de la pública y de lo público, el corolario de la financiación, la superación de los modelos lingüísticos como condición necesaria para aterrizar lo que se propone en el apartado lingüístico, etc. En definitiva, se ha consumido la primera fase, sin todavía calzarnos los guantes para las patatas calientes.
Por otro lado, esa retórica modernizadora (15 veces aparece en el texto la palabra paradigma, para referirse a la necesidad de actualización de la educación), necesita el complemento de una reflexión sobre los fines que queremos para la educación de hoy día. Y sobre eso no hay una palabra. Modernizar, sí, pero ¿para qué? Para responder mejor a los cambios sociales, se dirá. Pero en la gravedad de los tiempos que corren, con una brecha social creciente e insoportable y un cambio climático amenazante, el archimentado cambio de paradigma puede referirse a la acomodación a las nuevas condiciones de producción o a la generación de alternativas superadoras de la actual cultura de muerte. La revolución metodológica propuesta no puede permitirse ser ciega y acrítica con lo que está en juego.
Hasta aquí mi particular balance de la primera fase. De acuerdo en casi todo. Pero… y con esto, ¿qué hacemos ahora?
Gonzalo, me siento identificada con tus comentarios sobre el documento y sobre el proceso. Muchas gracias por tu lucidez y claridad.
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Gracias a ti, Amelia. No hace falta detallar aquí los muchos motivos.
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