¡¡¡La Virgen!!!…del Rosario

«Zubiak Eraikiz no sale de su asombro. Si el anticapitalismo oficial concede medallas a la Virgen del Rosario es que la izquierda está hecha polvo. Más que a Troski a quien necesita es a Freud». Esa perplejidad airada fue la primera reacción de la Plataforma Ciudadana por la Participación y el Cambio Zubiak Erakiz ante la noticia de que Jose María González, Kichi, había votado, junto con su grupo, «Cádiz, Sí», a favor de la concesión de la medalla de la ciudad a la Virgen del Rosario.

Se podrá discutir el acierto o no de la concesión de la medalla -personalmente, no lo veo-, pero creo que aún me han provocado mayor perplejidad las explicaciones con las que el entorno de Podemos ha tratado de sustentar la polémica decisión de Kichi, que, además de contradictorias con otras posiciones laicistas de Podemos, tienen el resabio corporativista de los grupos políticos cuando cierran filas defendiendo una posición y, si es preciso, la contraria para proteger a «los nuestros».

Vamos con algunos ejemplos. Mi admirada Teresa Rodriguez -dicho sin ninguna ironía- lo ha tratado de justificar así: «Tiene que ver con una idea que se ha pretendido trasladar sobre Podemos que no es cierta. Y es que nuestra identidad es diferente a la del pueblo». Aquí hay dos implícitos discutibles, siempre presentes en el discurso de Podemos. Uno consiste en creer que Podemos es la genuina representación del pueblo, de la gente, que, dicho sea de paso,  por naturaleza es plural. La capacidad de Podemos de haber despertado conciencias y de provocar movilización es un servicio impagable que ha hecho a este país. Sin embargo, puede ser una pretenciosidad suplantar, representar o querer liderar al pueblo, no digamos a toda la pluralidad de los movimientos sociales.

El segundo implícito es creer que el pueblo tiene siempre razón en lo que dice, por más convicciones democráticas que nos asistan. El pueblo, además, no es unívoco en sus pronunciamientos. Ni siquiera las 6.000 firmas que han provocado la decisión del ayuntamiento de Cádiz pueden arrogarse la representación de todo el pueblo gaditano. Un político tiene que manejárselas para contar con «los significantes» que tiene enfrente. «Kichi no es el alcalde de mañana. Es el alcalde de hoy» nos ha dicho Monedero, para justificar su concesión. Pero a veces también tiene que jugárselas, por coherencia, coherencia laica en este caso.

Pero la más sorprendente forma de justificación es llevar al paroxismo la contradicción, laicizando la religión, al estilo del costalero sevillano Sergio Pascual, quien, cargando sobre sus hombros la Virgen de las Angustias, a la vez defendía una Semana Santa popular y laica, algo así como las parafernalias de las Primeras Comuniones, que, incluso ya han empezado a ser prescindibles, pues el banquete y los regalos se hacen de igual forma, como rito popular, como «manifestación cultural de la gente». Aunque no creo que voluntariamente, lo cierto es que Teresa se ha situado en la misma línea argumental de Sergio, señalando que la Semana Santa es algo que va más allá de lo religioso. Es del pueblo. «Tiene que ver con la gente -ha dicho- y eso es algo distinto a la jerarquía religiosa. Tiene que ver con la tradición, con los niños entregando nardos a la Patrona, y trasciende lo religioso. Tiene que ver con cómo la gente siente y respira». ¡Qué bonito y vacío a la vez! A mayor abundamiento, Pablo Iglesias ha señalado que «Kichi lo ha manejado de una manera muy laica en el sentido de que se trata de una muestra de respeto a los sentimientos populares». Sobre todo, si tiene costes electorales, añadiría yo.

El fenómeno de la religiosidad popular es verdaderamente complejo y difícil de comprender en nuestra sociedad secular. No se puede menospreciar desde una posición racionalista («de urbanistas de izquierda» ha dicho Pablo; «de poscolonización marcada desde Madrid» ha señalado Teresa). Pero tampoco se puede asumir acríticamente. La Virgen del Rosario, o de las Angustias, o de Begoña, puede ser la imaginería vacía y opiácea de un pueblo sufriente, pero resignado y alienado o puede ser la catalizadora de una esperanza si se la conecta con la experiencia de María de un Dios al lado de los pobres, con aquello de celebrar a un Dios «que derriba del trono a los poderosos, y enaltece a los humildes» (Lc. 1, 52), tan podemita esto último.

El gesto del ayuntamiento gaditano parece colocarse más en la primera de las posiciones. Conceder una medalla a la Virgen del Rosario no solo es algo muy ajeno a la figura de María de Nazaret, sino algo tan rancio como haberla nombrado hace cincuenta años Alcaldesa Perpetua de Cádiz, porque se mueve en la misma peligrosa tradición de unir la religión al poder, sea este de carácter eclesiástico o civil.

«Al César lo que es del César y a Dios lo que es Dios» (Mt. 22, 21). Nada que objetar a que Pascual sea costalero o Kichi haya recibido la medalla del Nazareno de Cádiz. Pero que lo hagan a título personal no como representantes del poder político. Y que asuman con naturalidad sus raíces de religiosidad popular -o sus contradicciones, si algunos lo prefieren- pero sin artificios argumentales, sin querer vendernos el gato por liebre de una religión sin transcedencia, porque es popular y laica. Separemos ámbitos y nos irá bien.

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