
Si algo caracteriza al actual consejero de Educación, Jokin Bildarratz, es eso que en política se llama “el talante”, que puso de moda Zapatero. Muchas horas de su gestión se han dedicado a la escucha, a conocer de cerca realidades educativas. Sus pronunciamientos públicos se alejan del dogmatismo y la arrogancia y están continuamente salpicados de referencias a reconocer los logros del pasado, a agradecer el trabajo de los demás, a hacer llamamientos al trabajo conjunto y a la participación inclusiva de todos los agentes. Las referencias a la necesidad de acuerdos y pactos son también un lugar común de sus discursos. Toda esa disposición es un excelente punto de partida que no cabe sino agradecer y aplaudir. Ahora bien, las legislaturas se hacen muy cortas y va llegando el momento de conocer las concreciones metodológicas, esto es, saber qué tiene en la cabeza el consejero, cuando habla de llegar a acuerdos, a un pacto previo a la redacción de una ley vasca de educación.
Parafraseando a Ghandi (“no hay camino para la paz. La paz es el camino”), podríamos decir aquí también que el método (del griego meta=hacia y odós=camino) ya formaría parte del mismo acuerdo, algo que no tuvo en cuenta el anterior departamento, cuando marcó una agenda de temas y un procedimiento que no fueron finalmente aceptados por muchos agentes educativos. Pese a que los acuerdos en educación tienen algo de mito, nadie pondría en duda que, acordando, aunque sea parcialmente, un país avanza más rápido. Pero ¿cómo se hace eso? ¿En qué está pensando el consejero cuando habla de pactar?
Hay un plano que pareciera insoslayable, el político. El acuerdo del año 92 precisamente así se tituló “Acuerdo Político para el Pacto Escolar”. Fue suscrito por tres partidos (PNV, PSE y EE) y dio lugar a la Ley de la Escuela Pública Vasca 1993), aprobada por PNV y PSE, con toda la oposición en contra. Una opción, no la más deseable por marginar a la sociedad, sería aprovechar la actual mayoría del gobierno de coalición para alumbrar un pacto político en materia educativa.
Otro plano, quizá complementario, sería iniciar un proceso abierto y transparente entre “agentes educativos”. De hecho, ante este nuevo escenario que se ha abierto con el revolcón que está suponiendo la pandemia y con una nueva consejería, los diferentes agentes van perfilando y publicitando sus propuestas. Sin embargo, las cúpulas de esos agentes fácticos se deben demasiado a su público y plantear una negociación relativamente transparente entre ellos, (no hablo de bambalinas y pasillos) haría muy complicado el acuerdo.
Pero no parece que el consejero esté pensando exclusivamente en un acuerdo político o entre las cúpulas de los “agentes educativos”. En la reciente entrevista que le ha hecho HIK HASI aldizkaria (2021/04/23) aunque de una forma vaga, adelantó este propósito: “Alderdi politikoekin eztabaidatzen den bezala, irakasleekin eta hezkuntza komunitateko eragile guztiekin mintegiak antolatu nahi ditugu, gai jakinen gaineko hausnarketak egin… Eztabaida, mintegi eta jardunaldietan azalduko da jendearen iritizia eta iritzi horiek jaso egin beharko ditugu.” ¿Está hablando de procesos informales de bajo impacto? ¿Quizá está pensando en un amplio proceso participativo? Si es así, ¿en torno a qué temas?, ¿cómo se va a articular? Y, finalmente, ¿quién lo va a liderar para que sea creíble, fructífero y no desemboque en un caos asambleario estéril?
Con todos los riesgos y la complejidad que supone, me agrada la idea de la participación social, de la construcción de abajo hacia arriba. Creo que poner en marcha procesos de diálogo entre personas con procedencias e ideologías diferentes, pero que se representan a sí mismas, termina generando empatías al final de los procesos. Un ejemplo de buen ambiente es el que generó Euskadi Irratia en la mesa redonda de Faktoria «Euskal Hezkuntza, adostasun berrien bila» (2021/03/13). Incluso, a veces, cuando se juntan representantes de entidades diferentes como ocurrió con la mesa «Educación y Diversidad» de Vitoria-Gasteiz (2016). Así, en un movimiento ascendente a partir de un proceso coral de base, los agentes educativos y los partidos podrían hacer su propia recepción de los resultados. Me gustaría un proceso secuenciado como el que se dio en Catalunya: Primero, una Conferencia Nacional de Educación de amplia participación, después el Pacto Nacional por la Educación y, finalmente, Ley de Educación de Catalunya.
Creo que el carácter eminentemente político de Bildarratz se debe sujetar al principio de que “lo mejor es enemigo de lo bueno”. Aceptándolo, sería bueno que el consejero, al menos, explicite, cuál es su “método”, su hoja de ruta para el pacto y que lo haga sin mucha dilación para que la credibilidad de su talante se mantenga en pie y nadie piense que es solo una cortina de retórica buenista.
Estoy de acuerdo con todo el texto. Además, destacaría la idea del riesgo a la dilación, la cual es contraria a la eficacia. Para ser eficaz, la hoja de ruta debe ser conocida por todas las partes y contener los tiempos adecuados para el objetivo que se persigue
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Ados, Jon
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